La confusión radica precisamente en ese <<uno mismo>>, o dicho de otra manera, en la pregunta por antonomasia: <<¿Quién soy yo?>>, ese interrogante que nos mete de cabeza en la vía del autoconocimiento y que es la pregunta recurrente en los diversos ciclos vitales, desde la adolescencia a la vejez. Es inevitable formulársela en momentos determinados, así de descanrada o en versiones más concretas y específicas, como qué hacer ante opciones existenciales contrapuestas, qué decidir en ámbitos comprometidos (pareja, trabajo…), qué opinar o cómo actuar ante sucesos distorionados por la prensa o la política, etc.A la vez que es imposible no cuestionarse en dichos momentos y buscar dentro de sí la verdad anhelada, es también inevitable distraerse y mirar para otro lado, buscar atajos cómodos y evitar el vértigo acogiéndose a verdades oficiales, sancionadas por la moda, reconocidas y por lo tanto seguras.Se resuelve así la crisis existencial en lugar de aprovechar su sentido transformador. Otras veces se abortan estas <benditas> aunque incómodas crisis, medicalizándolas, reduciéndolas a síndromes de angustia y estrés que se tratan con ansiolíticos única e interesadamente, o sea, al servicio de perpetuar la inconsciencia y el adormecimiento.
Paco Peñarrubia. El malestar de nuestro tiempo (fragmento).
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