Cuentan que antiguamente la enseñanza del yoga era secreta. Como en la mayoría de tradiciones de todo lo largo y ancho de este mundo, el aprendiz (el deseoso de ser) debía pasar la prueba de la paciencia, la voluntad y la persistencia antes de ser acogido en la comunidad que le daría los secretos para llegar a Dios, o al Nirvana, o a la paz profunda e inmutable.
Cuentan que muchos quedaban fuera y que algunos pillos espiaban a través de los muros, paredes, ranuras y rendijas. Así nació el yoga de la ventana, una enseñanza indirecta y licuada, basada en la apariencia y muy lejos de la verdad.
Cuentan que con el tiempo aparecieron falsos gurús espavilados que convirtieron una enseñanza sagrada en una mercancía con precio, en una suerte de popularización del saber que todavía hoy cuenta con muchos defensores.
Leyenda o historia, bien es cierto que desde tiempos remotos y aún hoy en Occidente, pero también en la cuna india, podemos ver (y algunos sufrir) esa enseñanza basada en lo aparente, en lo superficial y, a veces, en el espectáculo.
¿Qué es el yoga a través del cristal embrutecido? Probablemente sólo una especie de gimnasia bella y contorsionista. A través de esas precarias lentes, perdimos el detalle y la esencia de la práctica. Perdimos, por ejemplo, que la práctica de una postura, más allá de ser una pirueta costosa, es ante todo aprender a encontrar el equilibrio entre la firmeza serena y la flexibilidad sin tedio. Perdimos que cada gesto es actitud, cada movimiento una puerta de experiencia consciente. Perdimos que respiramos a través de todo el cuerpo. Perdimos la experiencia sensorial, emocional y mental y lo envolvimos en el papel couché de la estética y el exotismo. Hoy esa ventana se llama foto (¡y photoshop, claro!), y se llama internet, televisión y marketing. Se llama incluso Yoga Olympics o Yoga Championship.
Uno de los trabajos más arduos de la yogini y del yogi sea quizás no dejarse seducir por sus propios logros, los cuales, entendidos de ese modo, sólo son unos grilletes más bellos y también más fuertes, para seguir atrapado, y quedar instalado, en el juego del ego triunfador.